Existe en la moderna literatura de género una corriente de simbolismo muy persistente, que es la separación entre los mundos infantil o adolescente, por un lado, y el adulto por el otro. La primera de ambas divisiones estaría caracterizada por ideas de pureza, limpieza, inocencia, sinceridad, sencillez, amistad y similares; la segunda, por nociones de falsedad, utilitarismo, corrupción, abuso, miedo a lo desconocido e individualismo. Tal separación era inconcebible en la literatura premoderna, incluso en los cuentos de hadas, porque la sociedad no hacía distinción de la infancia: era la época del trabajo infantil generalizado y los matrimonios con doce años o menos; por suerte el mundo ha mejorado, al menos en parte.
Mas la literatura reciente, repetimos, sí hace distinción. Al punto de atribuir a veces al mundo de los niños cierta condición angélica, de gracia previa a la caída, que se puede ver en clásicos como
Heidi,
Pollyana,
Mi mapache Rascal, etc. Siempre hay una oposición marcada, una pugna, entre ambos mundos, y aunque buena parte de los relatos modernos tratan sobre el crecimiento o transición de un mundo a otro, sobre la pérdida de la condición angélica, muchos tratan sobre todo lo contrario, sobre la preservación, sobre no caer del estado de gracia infantil.
Aitana, el libro que presentamos hoy, sin adoptar el tono y los timbres de la literatura infanto-juvenil, asume este conflicto entre universos, y el eje ético que conlleva, para construir el esqueleto de su trama. En esta clase de relatos (de los que
Aitana es deudor, no copia) los niños y jóvenes intentan preservar, por medios realistas o mágicos, algún elemento que simboliza su mitad del universo, que la otra mitad, adulta y negativa, intenta arrancarles, casi siempre por maldad, codicia o estupidez. Puede ser un espacio, como en
Me importa un comino el Rey Pepino, de Nöstlinger; puede ser un tesoro, como en
Los Goonies, de Spielberg; puede ser un concepto abstracto, como el tiempo y la creatividad en
Momo, de Ende, o la esperanza, en
La pequeña princesa de Frances Hodgeson; puede ser una criatura, como en la reciente
Cómo entrenar a tu Dragón; muchas veces será su propia persona, su libertad o su inocencia, como en
Pippa Mediaslargas,
Huckleberry Finn,
Pinocho,
Peter Pan y Wendy,
Coraline de Neil Gaiman, o aquel inolvidable clásico ruso,
El Electrónico.
Mas como Leonardo Gala Echemendía es escritor de ciencia-ficción, obsesionado en particular con las tecnologías informáticas, ha creado una historia en la que el símbolo es una Inteligencia Artificial, cuyo nombre es, para darme el gusto de quitarles el placer de descubrirlo, una referencia al acrónimo inglés A.I., Artificial Inteligence. Algunos recordarán el filme de ese nombre, de Steven Spielberg, basado en el relato
Los superjuguetes duran todo el verano, de Brian Aldiss. Sin miedo a que me acusen de darle bombo a un amigo, puedo decirles que
Aitana trata la infancia como no lo hace el relato de Aldiss, y es ciencia-ficción como no llega a serlo la melodramática película de Spielberg; en otras palabras, tiene mejor balance.
Decíamos que es buena ciencia-ficción, y en particular de esa que se refiere al impacto de los grandes descubrimientos o inventos, que en este caso tiene, recordemos, un aspecto informático, aunque con connotaciones antropológicas, pues se trata de una I.A, de un ser creado por seres humanos al mismo nivel intelectual, tal como lo fueran la criatura del Doctor Frankenstein y los robots de Cápek o Asímov. Por cierto, hablando de este último, los lectores reconocerán en este libro a un par de la entrañable Susan Calvin en el papel de adulto protector, de preservador del estado de gracia. Porque en el mundo real los niños no tienen polvos de hada como
Peter Pan ni fuerza sobrehumana como
Pippa, y necesitan adultos protectores; nunca sobra recordar esto.
La solución final del conflicto del libro pudiera parecer un poco ludita, es decir, contraria a la noción arquetípica del progreso, pero, una vez más, balance: Leonardo no deja al tendencioso racionalismo cientificista interponerse en el camino del buen arte. Este balance, entre tener lo que hace falta para ser buena ciencia-ficción, y lo que hace falta para ser simplemente buen arte, es el grial de los escritores de este vapuleado género –vapuleado en Cuba, se entiende—. Y nunca mejor hallado este grial, necesario para callar la boca a quienes repiten ciertas cantinelas derogatorias, que no voy a recordarles para no amargar la tarde.
Ahora ya, sin más adelantos indiscretos ni referencias, les invito a leerse
Aitana.
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Texto de presentación leído el sábado 26 de marzo de 2011 por Juan Pablo Noroña Lamas, escritor cubano de ciencia ficción , durante presentación de "Aitana" en la actividad de Dialfa Hermes en la Biblioteca Rubén Martínez Villena.Juan Pablo es un minucioso conocedor del género fantástico. Su obra ha sido publicado en diversas antologías, tanto en Cuba como fuera de ella. Varios cuentos y artículos suyos pueden encontrarse digitales en sitios de internet, como Axxon.