Envía, desde el cinturón de asteroides, vibrantes mensajes de su historia compactada. Recuentos del milagro que ha sido su existencia, diarias selecciones de su anciana experiencia extraplanetaria. Eso hace Ed Dedos. Escribe. No usa transcriptor de voz, de ahí su sobrenombre. Redacta con sus propias manos sus textos, códigos ASCII expandidos a digisolar estándar. Oraciones propias de decisión y sapiencia. Reportes de su presencia, de su mensaje todavía entre los vivos.
Escribe al vacío para trascender su voz…
No quiere morir, no. Su nave, la nave que capitaneaba, colisionó con un siderolito improbable. Su nave, firme en sus manos rumbo a un futuro distinto al de Vieja Tierra, se accidentó cruzando el cinturón de asteroides. Se agujereó su casco por el impacto; y le incumplió al resto de sus tripulantes las promesas que un día hiciera Ed: hacerse de un vehículo interplanetario de ensueño, terraformarlo en paraíso nuevo, ver crecer a sus nonatos como dioses del futuro...
Ed prometió, prometió poder torcer el tiempo, y empezar de cero.
Un día ocurrió el accidente, ese imprevisto accidente; y su nave se despresurizó de gente, de sueños, de ideas. De destino.
Ed Dedos, sin embargo, sobrevivió.
Nadie sabe cómo, pero sobrevivió. Y se las arregló para racionarse el oxígeno, y arreglar alguna planta purificadora de CO2. Puenteó los circuitos del Sillón de Mando. Selló con firme láser las aberturas en los flancos de su pecio. Evitó nuevas colisiones. Aprovechó lo que pudo de los módulos de carga, dispersos por el espacio. Reiniciando, negoció con el sistema operativo de a bordo, le exilió uno a uno los programas que no le fueron confiables. Lo sometió. Perdió el control sobre la totalidad de los restos de su nave, pero se hizo con el control. Con los restos de una nave sin control.
Con sólo dos celdas de energía de reserva, pidió auxilio. En texto, claro. Sin cifrado de emergencia. Auxilio. Expuso su situación desesperada en barrocas frases precisas, radió sus mensajes sin saber si alguna vez llegarían a alguna parte. Esperó respuesta, confiando en lo mejor del ser humano, cualquier ser humano.
Y la respuesta le llegó.
Pero no trajo tranquilidad para Ed Dedos.
Al principio, fue la sospecha. Ciertos zumbidos actualizados (correctos, sonreía a distancia-tiempo el fabricante) en esos robots de la sala de máquinas, mientras hacían sus tareas. Luego, la certeza. Había otras voluntades además de la suya, descargando programas en sus autómatas. Regresándole a la computadora de a bordo algoritmos que él habría proscrito sin dudar. Otras ideas analizaban el descalabro en que vivía. Tomaban partido. Buscaban, sin consultarle, solución a los problemas de su nave. Al ayudarle, anulaban sus primeras decisiones.
Al ayudarle, le ignoraban al timón…
Su nave, comprendió. El precio a pagar por esas ayudas planetarias que le alcanzaban incluso aquí, en el cinturón de asteroides. Su nave, varada en la desgracia, propiciaba todo esto. Humanas tele-incursiones en sus dominios, intrusiones periféricas a su centro, nexos espontáneos en busca de un retorno. Por y para su nave eran esos soplos de aire fresco, llegando asíncronos desde tantos sitios: Vieja Luna… Viejo Marte… Vieja Venus… Vieja Tierra… Todo por ella; no por él.
Así que apagó nuevamente de golpe todos los sistemas.
Su nave era de él para decidir, dijo a quien quiso oírle al restablecer nuevamente las comunicaciones. Su nave y él eran ya la misma cosa; aclaró. Su paraíso de ensueño se avistaba a la deriva, día a día lo habitaba, a quien no lo viviera todavía se lo describiría en sus mensajes. Por estar al mando de su sueño empezaría de nuevo, cuantas veces hiciera falta. De capitán, nunca contempló en sus planes el regreso a Vieja Tierra. Mejor se hacían a la idea.
De naufrago no iba a cambiar, no...
Nadie le pregunta nunca si hubo otros sobrevivientes del desastre. Para qué, si quisiera hablar de eso ya lo habría hecho en sus mensajes. Fue hace tanto, el accidente. Hoy vive, escribe todo el tiempo entre robots, que a veces ya ni zumban. Su nave, aquellos ilusionados primeros tripulantes de seguro ya murieron.
Ed Dedos no.
Ed Dedos no quiere morir… No quiere morir…
No…
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Nota:
Este cuento fue el ganador del 1er Premio Salomón, en el Behique del pasado año 2008.
Hasta el momento, Ed Dedos ha aparecido en:
- Informativo digital La Voz de Alnader.
- Boletín Disparo en Red #50 (el último, lamentablemente).
- Antología por los 50 años de la ciencia ficción cubana Crónicas del Mañana.
Viendo de nuevo esta lista, como que el 50 es un número que persigue al personaje de este cuento ;-)