Mañana tenemos protestas en el horario,
piensa Sua al reclinar su cabeza en la almohada, mientras se acomoda en su
camastro.
Y sonríe, a la penumbra azulosa de su lugar
oscurecido…
Me encantan los días de protesta. Sólo hay
que caminar organizados en filas, cruzar todos juntos las distintas compuertas
de acceso, hasta llegar al sector de actos. Una vez allí, mantenernos callados
y firmes algún tiempo, mostrando nuestro total apoyo al Hábitat.
Me gusta ir. Me gusta oír lo que se nos dice
allí, y cómo nos lo dicen.
Me hace sentir… No sé.
¿Necesaria…?
Sí, eso.
Necesaria para el Hábitat…
Y luego del acto, el resto del día lo
tenemos libre. Me gusta más tener tiempo a mi disposición, que la buena comida
después del acto. Aunque casi todos prefieren, tras la comida, que los de La Superficie
sigan sin firmar jamás un tratado de protección climática.
Así, dicen algunos, al menos tienen una
buena razón para protestar.
Algunos como Niwat, y Premwadee.
Y también Jao. Sí.
También él…
Hoy, en el cubículo de estudio, he vuelto a
explicarle a Jao porqué no fue un capricho de los Fundadores crear esta red de
complejos submarinos, cerca de la Fosa de Wallace. Que debería de sentirse afortunado
de vivir aquí abajo: seguro, y alejado de todas esas catástrofes a las que se
aboca La Superficie.
Como me ocurre últimamente con Prem y Niwat,
hablo y hablo, intentando convencerle: ¿acaso ya no confía en lo que ha aprendido
en estos años de instrucción?
Su respuesta ha sido que deje de soñar…
¡Despierta, Sua!, grita exasperado, y señala
a las paredes detrás de nosotros, desde donde nos miran las facciones de los
fundadores del Hábitat.
¿Dónde hay en esas imágenes alguien como tú,
o yo?, pregunta. ¿Lo habrá alguna vez entre quienes lleguen el Consejo del
Hábitat?
Su joven cara, iracunda, y casi pegada a la
mía, apenas me deja respirar.
Cuando por fin se aleja un poco, miro las
paredes a mi espalda.
Tengo que reconocer que ha encontrado un
buen ejemplo.
Nuestra amada Pradtana, por ejemplo. Nunca
aparece en las imágenes de las paredes.
Y, en los cubículos de aprendizaje, la
verdad es que nadie parece malayo.
Pero cuando quiero decírselo, ya no está
prestándome atención…
Jao no se ha portado bien conmigo hoy, después de clases.
Ha buscado en todo momento sacarme de mis casillas. Sólo al terminar el estudio,
y despedirme con su habitual «mañana, Sua», es cuando ha sido como es siempre.
Pero todavía no es el mismo. Sigue molesto
conmigo.
Todo porque ayer le conté.
Le dije cuánto me gustaría poder decir las
palabras con las que terminan los actos que nos llevan a ver.
No entiende cómo puedo querer algo así…
Nunca le he contado ciertas cosas…
Dieciséis años atrás. Un operario de
mantenimiento lanza una escudilla rota al local de desechos. Oye un débil
sonido, y quiere saber qué pasa. Mira por la abertura Entra un brazo, y alcanza
la pequeña pierna que ha visto.
Tironea, y extrae de la basura a una recién
nacida, sucia de sangre reseca.
Poco después, el descompilador de materia se
activa, y convierte en átomos todo el contenido del local de desechos.
El operario mira al bebé que llora entre sus
manos, y no puede creerlo.
Corriendo, me lleva al local de atención…
No es mi historia, pero he sabido de una así
en nuestra propia hilera.
Imagino que conmigo no fue muy diferente…
Soy hija del Hábitat…
Desde el local de atención consultan. Me envían
a este Complejo, e indican a varias madres que deben turnarse para alimentarme,
con la leche que sus cuerpos producen para sus hijos.
Apenas camino me asignan mi lugar, mi
espacio en la primera hilera de este sector de descanso. En él tendré cuanto
necesite: mi camastro para dormir, mis escudillas, y mis cojines en el suelo.
Ni más, ni menos que los demás.
Como toda hija del Hábitat…
Jao, en cambio, fue traído cuando cumplió
siete años. Desde entonces, no ha vuelto a ver a sus padres biológicos. Ya ni
recuerda cuando dejó de llamarlos, al Complejo del que proviene.
Es lo normal. La supervivencia del Hábitat
está por encima de todas las cosas.
Por encima de los lazos de sangre. Del
Complejo en que nacimos.
Sobre todo, por encima de lo que más
queremos…
Jao sueña con vivir en un batiscafo de exploración.
Varado por meses, lo más cerca posible de la superficie.
Le encantaría tanto poder sentir el vaivén
de las olas sobre su cabeza, dice…
Pero el año próximo irá, como todos, a donde
decida el Hábitat. No a donde quiera él.
Y nada como hablarle del tema, para que realmente
se moleste.
¿Por qué, Jao? ¿Por qué, justamente tú…?
¿¡Qué fue eso…!?
No. No, por favor, esta noche no…
Ese maldito hombre del lugar de la izquierda
está intentando otra vez forzar a su
mujer. Ella, como siempre, por ahora trata de resistirse. Pero en algún momento
cederá.
Siempre cede…
Tienen dos niños durmiendo frente a ellos, y
no quiere despertarlos. Ni tampoco le gusta que los vecinos se enteren, aunque
sabe que todos en esta hilera de seguro
ya escuchan con atención desde sus lugares. Su hombre la busca una vez, o dos,
cada quince días. Las vecinas siempre comentan, cuando atraviesan el pasillo,
el poco sexo que él quiere tener con ella. Los vecinos apuestan, en cuanto la
ven pasar, si esta noche será.
Todo intencionalmente, de manera que ella
pueda oírlos bien.
Algunas de esas noches en que él quiere,
ella llora sin poderse controlar. Muy bajo. Durante, y después que él termina.
Otras no. Otras protesta, le pide por favor que se detenga mientras él se lo
hace, y yo oigo cómo la hace callar de un manotazo, para después encimársele y
comenzar a jadear fuerte, muy fuerte.
Como
si quisiera que todos se enteraran.
Todos nos enteramos, por supuesto (quién
podría no hacerlo), y algunos vecinos hasta lo
animan a que acabe de darle algún día todo lo que ella se merece (toooodo,
le piden a coro), acompañados de las risas en falsete de las vecinas.
Cuando eso ocurre, ella no llora. Es como si
quisiera entonces reunir una cantidad de silencio tal, que acalle todo lo que hemos oído los demás.
La última vez, a la mañana siguiente, al
verme cruzar su lugar por el pasillo, me detuvo.
Y me preguntó, como con temor…
Fuera de clases, por cierto, también yo temo
preguntar…
En el local del maestro todo es sencillo:
¿Cuál fue el primer pecado de la
Superficie? El dinero… ¿Cómo soportan nuestros
complejos tanta presión bajo el mar? Con cubiertas de nanomateriales, y un
tercio de su interior ocupado por agua salada, para equiparar la presión
externa… ¿Qué producimos aquí abajo? Biomasa, componentes piezoeléctricos,
estructuras submarinas…
¿Quiénes fundaron el Hábitat…?
¿Cuánto tiempo falta, para el fin de la
Superficie…?
Preguntar en clases es sólo eso. Tan fácil
como apretar botones.
En cambio, en nuestros sectores de descanso…
Premwadee, por ejemplo. Hace poco, Prem se hastió
de ver todo el tiempo en tonalidades de azul, y en la noche pintó su lugar de
varios colores. A la mañana siguiente, el Cuerpo del Orden intervino, y sólo el
azul artificial de siempre quedó alumbrando de nuevo sus paredes.
Desde entonces, ella duerme fuera de su
hilera.
Su lugar, dice, ya no lo siente como suyo.
Por Pradtana, ¿es que acaso es tan difícil permitirle
sus colores a Prem…?
Niwat es otro caso. Una vez, mientras cruzaba
el pasillo, me lo encontré en un lugar que no era el suy.o. Nervioso, ocupado
con un tablero. Contando papeles que relucían extrañamente húmedos. Como esos billetes
mojados que muchos parecen necesitar, a pesar de lo que nos provee el Hábitat.
Nunca has visto un baht, ¿eh, Sua?; dijo aliviado,
invitándome a acercarme.
Asustada, sólo atiné a dar media vuelta, y
me alejé, corriendo…
De no haber corrido, quizás hoy sabría cómo Niwat
puede hacer dinero de la Superficie en un tablero táctil.
Puede ser.
Pero igual temo preguntar…
Ya está.
Ya comenzaron los silbidos a atravesar el
pasillo.
Maldita sea…
Cuando la mujer del lugar de la izquierda
finalmente se deja, imagino que mantiene sus labios cerrados, tan apretados
como aquella mañana en que me detuvo. Su boca era entonces una línea delgada,
pálida, que logró abrir con gran esfuerzo, para preguntarme.
A mí, de todos los vecinos posibles…
Vamos, traten de que sea rápido esta vez…
Miren que mañana tengo protestas en el
horario.
¿Por favor…?
Nada. Ella ha decidido mantenerse callada
esta vez, y él le pide que diga algo. Que no intente… que no trate de joderlo
todo también esta vez. Que la va a arrastrar hasta el local de atención, a ver
si el loquero nuevo da por fin con qué demonios pasa en su cabeza. Que bastante
que trabaja metido en agua salada y podrida
hasta el cuello para que, al regresar no tenga una mujer que sirva en su cama…
No quisiera que Jao me tratara así, como él
la trata a ella.
Nunca.
Tampoco Niwat, si algún día…
Vaya cosa. Creo que si ahora le contara esto
que he pensado a Premwadee, de seguro me diría que por separado no; pero
juntos… a que sí los dejaría.
Ay, esa Prem.
Desde que abandonó su lugar, todos la llaman
Dee.
A mí me gusta más Prem, como le decía cuando
éramos niñas.
¿Todavía somos niñas, Prem?
¿Todavía soy Sua, la niña…?
Ya no debo de serlo. Porque aquella vez, al
detenerme en el pasillo, la mujer del
lugar contiguo me preguntó qué pensaba yo que debía hacer ella con su vida. Y
con gusto le habría dicho, molesta por no haber podido dormir la noche
anterior.
Pero ella no me dejó…
Fue muy raro. Nunca imaginé que una mujer
como ella, ya con su hombre y sus hijos, tuviera que preguntarle a su vecina
adolescente cómo cree esta que debiera hacer para arreglar su vida. Aunque esa
adolescente duerma en el lugar a la derecha del suyo, y la oiga tantas noches
no querer, no desear, no ser respetada por su hombre.
No, no
esperé eso de ella…
Ni tampoco esperé que, apenas abrí la boca
para responderle, comenzara a hablarme, como inconexa, contando
atropelladamente cómo era su hombre cuando se conocieron. Cómo lograron que les
permitieran compartir un lugar juntos, y finalmente en las noches podían
besarse, tocarse sin descanso, uno junto al otro, qué importaba quién estuviera
oyendo. Cómo les autorizaron tener el primer hijo, y cómo no avisaron del
segundo hasta que su embarazo estuvo tan avanzado, que los del Complejo no la
pudieron obligar a interrumpirlo. Cómo él comenzó en un empleo más respetable,
de vigilante de conductos de presión, para mantener los dos niños cerca, todo
el tiempo posible, como ella quería.
Y cómo sintió que ese empleo lo cambió, para
siempre.
Aunque, en realidad, quién había cambiado
era ella…
En algún momento, me dijo al final, los
niños crecerían y el Complejo se haría cargo. Él también se iría, de seguro, si
no se iba antes que los niños. Y ella se daba cuenta de que sería por su culpa.
Por querer las cosas de la forma en que no
se podían tener.
Por querer a los niños siempre a su lado,
incluso cuando fueran mayores de siete años.
Por no querer compartir sus gemidos de
placer con todos los demás de su pasillo, cuando él se le acerca por las
noches.
Por no querer ver, reflejada en la cara de
sus hijos algún día, las burlas que todos le dicen, cada noche en que él quiere
que ella sea la de antes…
Por quererlo para ella sola. Por eso lo iba
a perder. ¿No era así?, me preguntó al final. Y por un momento pensé que en
realidad esperaba una respuesta de mí.
Pero no.
Creo que solo necesitaba hacer las preguntas
que tenía dentro a alguien que no fuera ella misma.
Uf, qué bien. Parece que ya ha cedido.
Así, dentro de poco podré, finalmente…
¿No…?
Pues no, esta vez ella no ha cedido.
No precisamente.
Le habla, con esa voz de regañar a sus niños
y hacerles terminar los deberes, pero en un tono mucho más firme, y más dulce
también. Es un tono distinto al de otras noches, esas en las que él se agita
ruidoso sobre ella, y siempre termina rápido, y a las risitas de los vecinos
les siguen luego los comentarios de las vecinas, que se admiran a gritos de
cuán torpe puede ser ella en su propio
lugar.
Hoy no. Hoy ella le está hablando, sin
importarle quienes la oigan.
Le dice cosas que, al parecer, él no
esperaba que todavía supiera decir, así, como se las dice.
Lo regaña, lo hace demorarse.
Tal parece como si él fuera, en cierta
forma, su niño pequeño.
Hoy ella es la que más jadea de los dos, y
su respiración agitada es la que se
siente, resonando muy por encima de la respiración de él.
Y los vecinos (que ahora escuchan con más
ganas que nunca, luego de la sorpresa inicial que ha cruzado el pasillo),
comienzan a animarla desde sus propios lugares, a apostar por ella sumas (en
esos bahts mojados que dicen que no tienen), a pedirle que, en cuanto termine
con él, también los satisfaga a ellos, de
la manera que más le guste.
Todo eso, y más, sin ocultarse tras el
falsete de las risas de las vecinas.
Porque las vecinas callan…
Hoy no terminan rápido. Se hablan, se tocan;
seguro que se tocan, y que también se besan, como antes de que llegara el
primer niño.
Y en algún momento, los vecinos terminan por
dejarlos en paz.
Pero ellos ni lo notan.
Terminan… y vuelven a empezar…
Y a empezar…
Podría dormirme por fin, si ahora no
quisiera escucharlo todo; hasta el final. Si
no deseara, si no imaginara a
Jao; Jao, y su respiración sobre mí; Jao besándome, tomándome, amándome; Jao y
yo, audibles para cada vecino, acallando con nuestros movimientos al unísono a
todos en cada hilera, cada sector, cada complejo de nuestro Hábitat Unificado de
Sub-Malasia; ocupando con nuestro deseo cada rincón de este mundo protegido que
nos cuida, aquí abajo, de esa maldita vida en la superficie.
Sólo Jao, Prem.
Puedes hacer lo que quieras con Niwat, Dee…
Al final,
la respiración de ambos es más ligera. Casi como debería ser la mía
también, mucho más armoniosa… así… más suave…
Tan suave…
Mejor me duermo ya, piensa la muchacha, y
pone la almohada sobre su frente sudorosa. Que mañana tenemos protestas…
Sí, (bosteza)… protestas en el horario…
Pero si mañana me cruzara con ella en el
pasillo, esta vez sí le diría.
Que no tiene de qué preocuparse.
Porque ya ha entendido como debe ser una
mujer aquí…
… dueña
de sí… y…
…
y de su lugar ante los demás…
… justo como…
… como yo quisiera ser, Jao…
Jao, ¿todavía te crees que soy una niña?
… si mañana me cruzara con ella…
… Sua, recuerda: protestas…en el… horario…
… si mañana me…
… si mañana…
Mañana, Jao…
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