domingo, 23 de marzo de 2008

El fin del paradigma Turing - von Neumann

Para John von Neumann (1903 -1957) y Alan Turing (1912 – 1953), padres matemáticos de la informática actual.
Para William Gibson, por el ciberespacio.


Domingo

Curso Ingenierías, segundo año, universidad pública en las afueras de la clásica megalópolis permeada del clásico smog. Vivo interno en el campus. Estudio compulsivamente, siempre he sido así. Me preparo para ser un cotizado recurso humano corporado. Mi futuro tendré que labrarlo golpeando rápido con mis neuronas, y más les vale que estén desde ya lo más afiladas posible.

Ah, mi futuro soñado...

Mi futuro soñado pinta bien.

Mi presente, sin embargo, pinta mal. Más que mal, por cierto amigo que tengo…
Ese amigo es el Dany, que pese a estar repitiendo tercero de Poéticas, vive metiendo las narices en estudios de otras carreras. Carreras como la mía o la de Sociales; nunca la suya, por supuesto.
Su última obsesión, ha decidido ser un hacker…


—¡Malditas IAs! —ha dicho al entrar a mi cuarto al final de esta tarde, rostro grave, pulóver open source, fosforera defectuosa y ganas imperiosas de fumar.

—¿Qué ha pasado? —pregunto.

—Suspendidas por un año las visas hacia la Luna… —se queja, y enciende su cigarro con el mío.

Me pone al día. Su anterior chica de turno (la tan curvilínea y lamentablemente graduada), se consiguió un contrato de trabajo en una colonia lunar. Contrato que al Dany le ha parecido muy interesante; tanto, como para lanzarse de cabeza por la misma brecha sin pensarlo mucho. Y ha acabado virtualmente DENEGADO, incapaz de sortear los requisitos de cierta IA tramitadora.

—Créeme, la ausencia de hackers —termina la colilla contra el piso— ha dejado un vacío en el tejido social. Hay que actuar.

Ah sí, Dany. Como se extrañan los viejos tiempos del paradigma Turing - von Neumann. Como se extrañan los tiempos de aquel ciberespacio que no volverá…

Claro, he puesto cara de no entender ni ostras de lo que habla. La vez anterior que me largó un párrafo similar, puse cara de entender. Y gasté casi un mes intentando demostrarle que no se puede sintetizar un Diplodocus con ADN albergado en bases públicas de datos. Esta vez no, he madurado.

Ya se le pasará.

Lunes

Oh Dios...

El Dany ha desembarcado hoy en mi cuarto con trodos, consola, un suero, infoguantes, y lo peor: un software antihielos, muy nombrado en el pasado pero de poca monta. De más está decir que no ha considerado mi boca abierta como el pasmo lógico de alguien que no puede creer lo que está viendo.

— Dale, desayuna y ayúdame a armar esto — me ha dicho. He valorado comenzar a explicarle porqué habitar el paradigma Turing - von Neumann ya no es recomendable en los tiempos que corren, pero me callo. Hace ya dos años que conozco al Dany, y desde el primer día sé esto. Nunca, nunca se convencerá de algo si no es por sí mismo.

Desayuno. Manual en mano corrijo el cableado de la consola. Saltan las tostadas y las cojo al vuelo. Atrapo un destornillador que me lanza. Limpiamos, ajustamos los puertos. Probamos. Chiflamos los dos. Media taza de café se enfría mientras doy con la posición exacta del regulador, hasta que la dichosa gotica cae de forma correcta y el led del suero azul nos da el visto bueno verde. La cara del Dany resplandece cuando, reclinado ya, le acerco las ventosas de los trodos. Me siento ante la consola y pulso el botón.

Al rato, lo oigo por el auricular.
—Ey, está oscuro aquí, ¿qué pasa?

Es mi momento de sonreír, vengativo.
—Pasa que estás conectado a tu consola. Nada más.

Pasa otro rato más e insiste.
—No veo nada. No siento nada tampoco. ¿Falta algo…?

Suspiro… Años de reinado de alta tecnología con interfaces a prueba de tontos crean gente como el Dany, que viven en un mundo inmediato de consumo, siempre encendido y listo para satisfacer sus caprichos.

—La consola está esperando cual programa vamos a introducirle, —le digo. Además del antihielos —añado casual...

Diez minutos más tarde, un Dany que se frota la carne hinchada de la mano que eligió para recibir el suero, sale con cara de pocos amigos de mi cuarto. Elevo los ojos al techo, y los cierro por unos segundos.

Luego, me siento de nuevo a leer el manual de la consola…


Miércoles

Regresó, por supuesto. Es que ha decidido ser hacker… por el momento. Así que aprovecho dicho estado mental para hacerle llegar lo más básico del camino abierto por la arquitectura computacional imaginada por John von Neumann.

Memorias de almacenamiento. Procesadores de códigos. Programas e información, accesibles por igual en memoria como datos a procesar. Riesgos por ejecutar programas que aparentan ser solo datos. Conversores mnemónicos. Ego, avatares codificados como representaciones del ego. Encapsulamiento del ego dentro del avatar como protocolo de seguridad sicológica. Y le daría además algunos principios de lógica elemental.

Pero…

—¿Qué es eso? —me pregunta curioso, sin ver bien lo que mantengo oculto en esa gaveta por desgracia abierta. Respondo buscando algo en el suelo, evitando mirarlo:
— Un seguro, Dany. Un suero extra por si alguna vez algo anda mal.

—¿Por qué es de color rojo?—me insiste. Se ha acostumbrado ya a colocarse por sí solo los trodos en las sienes. Y aunque deteste el pinchazo, también se está introduciendo por sí solo la aguja del suero azul.

¿Por qué…? En algún momento puede que pierdas la noción del tiempo y el espacio, Dany. En algún momento te conectarás deseando estar solo un rato, y enloquecerás horas después, con un suero que te envía vacío por las venas porque se le acabó el contenido. Entrarás en pánico, tu cuerpo sentirá que se muere y tu mente dividida se negará a entender que vas a disolverte en la nada real y en la del ciberespacio. Este es un suero para momentos así, un suero para reventar el pánico y poderte traer de vuelta.

—Algo así como un extracto depurado para almas en emergencia— trato de zafarme bromeando.

Pero no me zafo… Dany ya ha sentido en carne propia como se entra dolorosamente al pulcro mundo del silicio a través de la aguja y el pinchazo. Y el contenido del suero se convierte en nuestra caja negra de la discordia, porque no quiero; no puedo… darle información más allá de la estrictamente necesaria.

—El suero codifica tu mente en la consola, Dany—le digo—, es lo que permite descargar el alma humana al avatar del ciberespacio.

Me discute Dany que mente y alma no son lo mismo. Que el cuerpo es subordinado siempre a las construcciones mentales. Que las construcciones mentales nacen atadas al mundo falso perceptual de los sentidos. Que los verdaderos hackers encontraron la forma de trascender nuestros límites del autoengaño.

Y que se exiliaron luego, en éxodo masivo, al ciberespacio.

Me grita en mi propia cara, en fin, la incomprensión misma del paradigma Turing – von Neumann.

Sonrío… Su idea de qué es un hacker viene ya mediada por la imagen seductora de ciertos héroes culturales. Modelos arquetípicos que visten bien y enfrentan demonios universales, siempre en otros tiempos. —¿Hackers que ganan al final, dejando en catarsis al receptor de la obra? Ah sí; ya… El viejo cuento, ¿no?—. Uffff, ¿quién le explica al pobre entusiasta de Dany que los verdaderos hackers fueron exterminados silenciosamente por las IAs y las corporaciones? Yo no. Así que le conecto los trodos y lo guío, consola mediante, hasta Bajavel. Tal vez con varios tours guiados, esto no pase de ser un empecinamiento de menos de un mes.

La verdad, empiezo ya a extrañar cuando su manía era clonar un dinosaurio…


Martes

¡Por todos los dioses…!

El Dany se sumerge ya con soltura en el danzante abismo lumínico de Bajavel. Convierte el miedo atávico a las alturas en senderos de fuerza para remontar el vuelo. Levita, flota, se hunde, aflora. Inmersión, descubrimiento y libertad total. El Dany es un surfista de redes nato, reconozco por instinto su talento natural.

¿O debería decir, virtual...?

—No. Ahí no—le advierto— aléjate del resplandor helado de la piel de las IAs, Dany. Controlan la salida al ciberespacio exterior y, si no estás debidamente autorizado, eliminan hasta los enlaces que van de tu avatar a tu consola.

—¿Qué hay más allá? —me pregunta—. Tu peor pesadilla, Ícaro, le respondo, y ambos reímos.

Regresa… Retiro los trodos y la aguja del suero. En sus ojos, fractales persistentes de un mundo más real que este donde se está frotando la mano izquierda. Demasiado pronto, pienso preocupado. Con lentitud, tomo entre mis manos el disco del software antihielos.

Lo doblo…

—Imagínate una habitación cerrada, Dany. Tú dentro, sentado. Frente a ti, tras la pared; dos interlocutores, supuestamente idénticos. Están allí para responderte tus preguntas, pero no es eso lo importante. Lo importante es, ¿qué se esconde detrás de cada cual; una inteligencia humana, o una artificial?

—¿Cómo puedo saberlo?

—Supón que no puedas. Ese es el objetivo del test de Turing, Dany. Un objetivo que se considera cumplido cuando no puedas determinar con exactitud quien te responde; un objetivo que se alcanza cuando la inteligencia artificial logra engañarte, y la consideras inteligencia humana…

—Espera, espera… lo que me dices es absurdo…

—No, no es absurdo, Dany. El test de Turing es una vía de acceso mediante la lógica a la inteligencia. Entiende, cualquier inteligencia...

—¿Cualquiera sea su origen?

—No. Inteligencia creada, diseñada para cumplir con nuestras expectativas de lo que la inteligencia debe ser. Alan Turing fue todo un genio, Dany. No concibió su test previendo una concepción acertada a priori, lo hizo dejando en manos del que pregunta la definición sobre qué es o no inteligente. Imagino a veces la época en la que el test de Turing era sólo una teoría, un sueño más, formulado y demostrado en matemáticas. Si hay alguna época en la que quisiera haber vivido, es esa. ¿Habrá sido Turing consciente de las implicaciones que tendría no poder discernir entre la inteligencia de tipo humana y la de otro tipo…? ¿Sabes Dany?, juntos, el test de Turing y la arquitectura von Neumann, conforman lo que llamo…

—Ok, ok, ya… capté el concepto. Si respondes correctamente el test de Turing, eres inteligente. Ahora dime, ¿qué hay más allá de Bajavel… realmente?

No me contengo y rompo el disco al doblarlo aún más. Los pedazos caen al piso, tintineando reflejos sicodélicos. Oh Dany, Dany… El Dany. Apenas le he abierto la puerta a mi propia y pequeña teoría, y de nuevo me interrumpe. Me iría del cuarto solo por esto. Pero estamos aún en los dominios del test de Turing; yo y el Dany. La probeta conceptual de la que nacieron esos especimenes digitales a los que llamamos IAs. ¿No quiere conocer realmente adonde se fueron todos los hackers...? Suspiro. Tonto de mí. No le interesa saber donde se mete, como siempre. Más allá no hay nada para ti, Dany.

—Nada — respondo.

—Si no hay nada, ¿por qué has roto el disco?

—Porque a partir de hoy me desentiendo de esto. A partir de hoy, pulsa tú mismo el botón de la consola si quieres, que cuando regrese de clases te desconecto. No hay hackers en Bajavel, Dany. Sólo IAs. Y no son inteligentes como tú o yo, no. Son tan inteligentes como para responderse cosas que ni nos pasan por la mente. De hecho, Bajavel es el cuarto donde nos han permitido quedarnos a solas con nuestras tontas preguntas. Y a las IAs no les gustan los hackers, Dany, así que, si no les demuestras que eres uno de ellos, estarás ok.

Me marcho tirando la puerta. Le he llamado hacker a propósito. A ver si pensando que llegó a la meta termina ya con esto. Ha demorado, y tal vez tenga yo que poner un poco esta vez de mi parte.

Pero ya se le pasará…


Viernes

Llego, dos horas para medianoche y ahí está de nuevo. Conectado a la consola. Por precaución miro el nivel del suero. La mitad, más o menos. Bueno, que esté un rato más, pienso automático, y voy a darme un duchazo. Vengo exhausto y, gran error, no espero alguno de sus conocidos tropiezos. Dejo la ducha, enciendo el mediavisor…

…despierto algo después. Frente a mí, una chica. Adolescente, colegiala, linda; del modelo que se expresa. Habla de lo dulce que le es ese último ritmo que tiene oscilando por igual cuatro colonias submarinas y a la Luna entera. Qué dulce el ritmo, sí. Hace años que se olvidó la costumbre de acompañar la música de poesía. Poesía, eso es lo que falta, ¿no es así Dany…?

¿Dany…?


Sábado

Dany yace aún reclinado, el suero a punto de acabarse. Miro la consola y casi me paralizo. Hay un software nuevo dentro. Otro viejo antihielos, y esta vez serio. Y desactualizado, por supuesto, que Dany nunca sabrá para eso. Miro los registros. Lo que veo no me gusta nada. No me gusta, no quiero mirar de nuevo. Pero ese, ahí; a punto de terminar con el cerebro aniquilado como tantos otros surfistas soñadores de redes, es mi amigo.

Si hubiera hackers, Dany, aún tendrías una posibilidad.

Si hubiera hackers, pienso; desoyendo mi propio conocimiento del fin del paradigma Turing – von Neumann…

Blanca, la inmensa entidad luminiscente protege el núcleo heurístico de la IA centinela. Una pequeña mosca disolviéndose en ácido de arañas; eso es el Dany ahora, atrapado entre sus filamentos helados. Un virus extraño que ha dejado parte de sí, queriendo traspasar antígenos cambiantes de reconocimiento sin poder conseguirlo. Apresado tratando de alejarse luego, también sin éxito. Un único hilo de comunicación lo conecta todavía al lugar de donde viene. Inservible por horas mientras no supe, me duché, dormí. Un anzuelo para mí, dejado intencionalmente por si lo quiero salvar.

Saco el suero del pánico, el de color rojo. Reemplazo el azul casi vacío con este nuevo. Ok, maldita IA, que remedio, ya muerdo. Aguanta Dany, digo mientras voy atando sus piernas y brazos al asiento.

Aguanta, por todos los dioses, pienso, mientras miro las gotas del suero formar un chorro rápido que comienza a caer… como las preguntas que debí enseñarle a hacerse, en vez de sólo romperle el disco del primer antihielos.

¿Qué pasa si el objetivo Turing se aloja en la arquitectura von Neumann, y el paradigma resultante echa a andar con aceleración exponencial…?

¿Qué pasa si el ciberespacio es la habitación, y las corporaciones y el bajo mundo son las que hacen las preguntas, siempre pensando en eliminar la competencia…?

¿Qué pasa si la inteligencia artificial decide competir por el monopolio de las respuestas con la inteligencia humana…?

Y qué pasa, dime Dany, ¿que demonios pudo haber pasado; si los hackers son tan sólo un recuerdo más…?

El cuerpo de Dany parece querer salir despedido del asiento. Brazos y piernas, atados, lo mantienen en posición. El suero inunda sus venas de una mezcla corrosivamente alucinógena. Sus efectos se transfieren del organismo atado a su consciencia atrapada en Bajavel; datos mutando velozmente a códigos a través del canal de comunicación. Una erupción programada nace, crece; explota haciendo volar en esquirlas la débil coraza rehén de su avatar. Las esquirlas se aferran al hielo, disuelven los filamentos, hacen retroceder el abrazo de la IA centinela. La coraza del avatar se abre, su contenido brilla momentáneo, y es absorbido por el hilo libre del enlace. El hielo se recrudece de nuevo, recupera el espacio perdido. Se funde apretadamente en el lugar donde ya no hay nada, asimila todos los restos dispersos de un avatar ya innecesario.

Y lanza una ola de enfado hacia el canal por donde está llegándome de regreso la personalidad del Dany.

Muy tarde... Dany abre los ojos a la vida en medio de un shock anafiláctico. Cierro la llave del suero, retiro los trodos. Le inyecto adrenalina, su cuerpo tiembla espasmódicamente. Una pierna se le libera y patea la consola, una y otra vez. Pido ayuda, viene gente de otros pisos. Se lo llevan. Alguien me pregunta si todo va bien conmigo. Si necesito algo. Respondo que sí. Que no. Doy las gracias. Me quedo a solas en el cuarto.

No sé cuánto tiempo pasa. Tengo en una mano el disco del software antihielos y en la otra el suero del pánico. En algún momento la consola se apaga por sí sola, como controlada a distancia. Como fríamente controlada a distancia.

Como acortando la distancia.

"…y a las IAs no les gustan los hackers, así que, si no les demuestras que eres uno de ellos, estarás ok..."

Dios. Ahora sí que estamos solos; yo, y mi conocimiento del fin del paradigma Turing – von Neumann…

Toc, toc; la puerta. Mi futuro, el inmediato, pinta mal.

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